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silencio....


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por favor... estamos escuchando el





silencio



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escocia


Idea: Gabriela Ramos, Verónica Santangelo
Dramaturgia: Verónica Santangelo
Actúan:



Vestuario: Magda Banach
Iluminación: Ernesto Bechara
Diseño sonoro: Verónica Santangelo
Música original: Martín Queraltó
Fotografía: Michel Marcu
Ilustrador: Claudio Morales
Diseño gráfico: Gabriela Ramos
Asistencia artística: Maria Cecilia Acosta
Asistencia de vestuario: Manuela Guerrero
Asistencia de dirección: Ana Lafaille, Gastón Palermo
Dirección: Gabriela Ramos, Verónica Santangelo


Teatro  El Borde
sabados 23 30hs



fotos

michel marcu 






















 






fotos elenco 2011


 

 


 


 





 Gabriela Ramos escribió:

"Magda: Hoy hable con una amiga que es actriz y directora de cine, que fue a ver el ensayo del domingo y me dijo que le encanto el vestuario!!! "Que te felicitara porque lo que has hecho es maravilloso!. Que has hecho de la singularidad una pieza de arte. Mezclando las texturas, los colores, los estilos. Está fascinada con el hecho de como conviven todos esos cuerpos disimiles dentro un mismo entorno.
Para ella esos cuerpos dentro de la puesta son pinturas con vida"










 Dijo Pablo Rodriguez Albi (actor y director de teatro
"ALTAMENTE RECOMENDABLE "ESCOCIA". HERMOSA OBRA, MIS FELICITACIONES A  TODO EL EQUIPO, UN PLACER ENORME SENTI AL VER ESTE DELICADO Y BIEN ACABADO TRABAJO, EN TODAS SUS ARISTAS: LO ACTORAL, LO VISUAL, LO SONORO"

"Una obra maravillosa!!! Los sentidos se despiertan, como espectador uno participa casi fisicamente del espectaculo. Una obra de arte, musical, fisica y poetica. Shakespeare hoy claramente es esto. Un ibrido de epocas, un vestuario majestuoso, conflictos que son siempre actuales, voces que enuncian con musicalidad, con fuerza y sentimientos verdaderos. Shakespeare. Uno es cuerpo, espiritu y razon, toda una sola cosa. Esta obra demanda eso...entender no solo implica la razon, si no todo nuestro ser." 

Josefina Pieres ((Actriz))

 

 


"Espectacular.. Realmente una experiencia intensa que 'involucra todos los sentidos'. Parece una frase hecha de la publicidad pero en este caso es totalmente cierta. La cercanía con los actores, su transformación a lo largo de la obra, la escenografía, el vestuario (!!!), las luces... todo se une para conformar un espectáculo que atraviesa. Imposible salir de la función y olvidarse de lo que se acaba de vivir."

Julieta Correa


"Es una experiencia sensorial inolvidable. La puesta en escena es magnifica. A diferencia de otros espectáculos el nivel de los actores es muy parejo y son todos muy buenos. Una adaptación distinta de un clásico como Macbeth. Altamente recomendable"

"Es simplement una version libre increible de McBeth. Te atrapa, te hace reir, te da miedo... y es una obra tan contemporanea... el vestuario y la dirección son de una perfección. Bueno, no digo más, después van a creer que me han pagado para escribir. VAYAN ! EN SERIO ! c'est de la bombe bébé"

Olivier Ubertalli

 

 

Recomienda: Noelia Melian
Algo huele mal… en Escocia
Versión libre de la reconocida obra  de William Shakespeare, Macbeth,  dirigida por Verónica Santangelo y Gabriela Ramos, pone en escena  una  reescritura que  no solo hace mención  hacia  este clásico, sino también  al  espíritu shakesperiano que nunca descansa.
Un viernes, un gran banquete en una vieja casona. Marta y Salome  esperan a sus amigos para celebrar  una noche más.  Lejos  de serlo, el banquete comienza a corromperse, el alcohol, los deseos, se hacen presentes  y poco a poco los planes engañosos  comienzan a apoderarse de la escena.
La  disposición  para los espectadores en forma de herradura, permite a los actores una utilización del espacio de la sala en su totalidad, y una peculiar visión del espectáculo para un  público que permanece casi  incluido en la intimidad de esta historia. Cada rincón es habitado por los actores, desde las escaleras del teatro,  hasta las paredes de ladrillos, las cuales se alzan como murallas de esta vieja casa. Se instala  una interesante manera de abordar el espacio teatral, en  cuanto a  la simultaneidad de acciones, la   superposición de  voces y murmullos,  creando una  rica sinfonía de situaciones. Necesariamente la iluminación se vuelve un elemento clave para la construcción espacial, y temporal también.
Enfatizamos en  el trabajo   de vestuario, el cual muestra una originalidad en sus diseños caricaturescos, pero   además  hace uso de una materialidad tan corriente como lo son las bolsas arpilleras o la medias de nailon. Estos trajes  logran  derribar y parodiar   esa grandiosidad o nobleza que algunos de los personajes pretenden ser, se vuelven esas mascaras que poco a poco se van dejando caer en escena, en un espacio en el que nada es lo que parece ser.

http://www.showonline.com.ar/critica.php?render=get&id=713&pl=1 




La mirada de Urzula Orzanco


Cuando las cosas no están bien

Algo huele mal en Dinamarca, pero donde verdaderamente las cosas se pudren es en Escocia…
Fueron las primeras palabras de bienvenida a la sala, luego de que fuertes golpes en la puerta principal invitaran a pasar a los espectadores.
Una vez el público ubicado, la sala se oscurece y una gran variedad de voces comienzan a aturdir y a generar cierta tensión.
Las luces se encienden y entra en escena Salome (Fernando González), preparándose y vistiéndose de gala para la cena del viernes con amigos casi hermanos. Vestida de celebración con una gran capa y a los gritos llega Marta (Gabriela Ramos) para buscar a su marido Salome y para pedirle que se apure, que los invitados están por llegar.
Aturden los golpes. Llegaron dos de los invitados, el matrimonio de Abel (Claudio Morales) y Ruth (Renata Aiello). Comienzan a charlar como de costumbre las mujeres, mientras Abel se dirige a buscar a Salome, que aun no esta listo, no solo para conversar simplemente, sino para plantearle un gran negocio. Mientras tanto, esperan la llegada de una invitada especial Lilith (Martin Diese), que Marta había conocido en su último viaje a Dinamarca, una bailarina. Una vez que llega la ultima invitada y el anfitrión esta listo, todos son atendidos por el ama de llaves, Isabel (Mariana Andrada), quien conoce muy bien hasta las mas mínimas miserias de los personajes, y se disponen a brindar por sus últimos logros. El matrimonio anfitrión es el que más logros económicos ha logrado.
En los rincones y pasillos oscuros de una gran casa, y con la presencia en medio de la Nena (Maria Gracia Garat), personaje inocente y a la vez oscuro y casi siniestro con su palidez, comienza a transcurrir la historia, una historia plagada de misterios, secretos, miserias y sombras.
La obra se desarrolla en toda la sala. Los actores recorren hasta el más mínimo rincón; las escaleras, columnas. De repente todos los actores están presentes en escena y de repente solo hay un personaje colgado de una escalera.
Una mezcla de clases sociales, de relatos personales, van tejiendo unas historias de grandes ambiciones, de mentiras, de engaños y desengaños y donde es muy fácil y visible venderle el alma al diablo por llegar a ser el mas grande, el mas virtuoso y mas poderoso.
Escocia
se caracteriza principalmente por una gran ambigüedad, sobre todo, temporal. La narración se completa con idas y vueltas en el tiempo, con mezclas en el espacio, con recortes de cuadros específicos, y por sobre todo, por las destacadas actuaciones de quienes interpretan la historia. Una historia que hace transitar al espectador por lo surreal, el asco, el temor y la desesperación por la llegada de un final inesperado.





 

 

La mirada de Cristian Rodríguez // Sobre Escocia, versión libre de William Shakespeare.



Escocia, obra que se nombra en el tiempo de la desmesura tiránica, arrastra así las épocas allí reunidas, entre el siglo XI y el siglo XXI, entre los tiempos medievales de constitución del territorio británico, brutal carnicería, y los despojos de una actualidad convaleciente. 
En ambas temporalidades, la fiesta totémica se pavonea en el poder bizarro y la venganza, eso que bien
podríamos nombrar del imperio de la sospecha y la paranoia.

En ese trasluz se mueven los personajes de Shakespeare y de Verónica Santángelo, es ese juego de espejos, ostentaciones y lujurias. La luz –a cargo de Ernesto Bechara- y la caracterización y vestuario –a cargo de Cecilia Acosta y Madga Banach- funcionan como auténticas presencias, sin cuya alternancia y arrogancia no habría tal impacto en las modulaciones, los gestos y las transformaciones que operan en los personajes. Estos seres gorgoteantes jadean en la nuca de los espectadores, rozan esos cuerpos y subyugan con una lógica que hace recordar las experiencias escénicas de Eugenio Barba. Todos allí sumergidos, fluyendo por los filtros de la intriga que enciende, girando en el pozo, el caldero clásico que sofocan las brujas, soterrando las verdades prontas a estallar, bajo el designio de una lógica que se vuelve tanto ajena como primordial.

El amor está presente pero al modo transfigurado del poder que aprovecha, ya que no habrá en esta apuesta, en la que pronto quedan inmersos sus espectadores, otra posibilidad para ellos que el sorprendido mutismo, el horror congelado, la amenaza incesante de hallarse dentro del espacio ritual. Atrapados para una sucesión de crímenes ensalzados en descomunales estrategias de lenguaje. El ámbito es oscuro, ruin, pero no hay circunspección, sino mohín cómplice, agazapada el ansia del mirón que pagará con su vida. Como en las otras grandes estrategias de Shakespeare, sus tragedias postergan, excitan y exacerban el momento fatal, el
desenlace que en Escocia está perfilado en su ritmo cambiante y paroxista

Pero lo que en Shakespeare es del orden estricto del lenguaje, de la elucubración, en Escocia adquiere connotaciones viscerales, el cuerpo obsceno entregado al incesto y la excrecencia, todo allí supura restos, naufragios, sufrimientos sin elaborar. La estructura reproduce parejas, tantas como díadas pretenda el poder, entre la envidia y la sustitución –o más bien la usurpación-, cada escena lleva al desenlace fatal, no habrá lugar más que para eso único –aunque se nombre plural- que es del orden de otro mundo: la muerte, las brujas, las furias impares que se agitan desde tiempos de Orestes, pues en Escocia y de un modo exquisito, hay siniestra feminidad en todos sus personajes, pulso de tambor que suda desde una palangana de sometimientos – en el golpe de Isabel-, respiraciones y berreos surgidos del arcano de los tiempos, leche agria, matriarcado y crimen, pero también su contraparte: matricidio.

Toda la obra es doble: Salomé y Marta, Ruth y Abel, Salomé y Abel, Marta y Ruth, etcétera, duplicada a su vez en el enfrentamiento socavado entre las dos parejas heterosexuales; más la cifra impar, la tríada configurada por Nena, Isabel y Lilith. Lilith y su transexualidad, extraordinario hallazgo, síntesis de ese dos, reduciendo así también la retórica de las brujas a su doble coordenada. El doble: el nombre propio de esta obra donde los enfrentamientos crecen proclive la distancia se cierne y se reduce a cero. A su vez, estas dos fuerzas –las del primero y el segundo grupo de personajes- se entrelazan enfrentadas, también duplicadas, de tal modo que hay contacto carnal, permanente implicancia de parlamentos que se resuelven en planos
cinematográficos, en el primerísimo primer plano y aún en el plano detalle, las bocas y los rostros iluminados por una última luz cegadora, a un paso de la delación.

Escocia es la historia de las víctimas y los victimarios, de cómo el orden se subvierte allí y los cuerpos drenan. Un gusano sexuado y ruin transita la periferia de la escena, son los siete personajes ensamblados, emparejados, aplastados por sus soliloquios y sus parlamentos, vociferan incluso pero nadie los escucha. Son súplicas y lamentos, son furiosos descargos, ese es Shakespeare encadenado a la galera de Padre Ubú, a sus terribles designios y caprichos, es un Shakespeare desheredado, acorde a este tiempo, un desterrado arrojado a la diáspora de haber perdido incluso las referencias de su lengua madre. En esa periferia ritual y autista es plausible que los personajes hablen muchas lenguas, otras, discursos rotos e interferidos, suburbios
psiquiátricos, huérfanos, arrojados a su propia combustión malsana.

La acción avanza acorde a la lógica de los excesos, en una simultaneidad de recursos y escenarios, desdoblamientos circenses con sus pistas múltiples, salto en el vacío, truco del trapecio y del vaudeville, allí la desnudez y la sexualidad toman la forma del full contact, con una gran versatilidad y entrega. Es que en Escocia el tiempo apremia, parecen los lobos hambrientos de su propia cacería, todo ha de ser deglutido, profanado, finalmente transformado hasta no dejar más que un hueso calcinado, a su modo su propio estallido, su arborescencia atómica, su preciada radiación. Allí la obra es contemporánea, ajena, dolorosa, acongojante, tomando el guante del absurdo de Beckett, llevándolo más allá, a un nuevo territorio estético y estilístico que está en ciernes, sigue escribiéndose.

Esta obra, como bien ilustra el apócope que acompaña en el programa, es “la experimentación de un lenguaje dramático”, no sería entonces sin los otros artífices de esta revelación: Fernando González (Salomé), Gabriela Ramos (Marta), Renata Aiello (Ruth), Claudio Morales (Abel), María Gracia Garat (Nena), Marina Andrada (Isabel) y Martín Diese (Lilith), en un tiempo real donde el lenguaje vibra ”construyendo colectivamente una verdadera máquina teatral”, pues allí están también excomulgados los fantasmas de sus imprecaciones junto con aquello oscuro y universal que yace en lo humano: pisoteos, texto sobre texto, paralenguas, alucinaciones, flash backs, secuencias rotas, cuerpo que deriva, finalmente lenguaje propio.

Cristian Rodríguez








 


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